* Texto publicado para la Muestra Regional 2019 del MAM Chiloé.
New Wave / Colección MAM Chiloé, es una exposición que se debería ver con un soundtrack a todo volumen. Este relato es una evocación, una playlist acotada que comienza con una canción que apareció en uno de uno de los muchos cassettes que Martín Schopf trajo de Alemania en 1985. Los “Niños con bombas” nos acompañaban a cada fiesta que íbamos u organizábamos, pues la cinta se reprodujo en otras cintas caseras con mezclas de listas para sonar en cualquier radiocasetera que estuviera a mano, como lo hacia la Chica Paula hermana menor de Martín, en el inicio de su carrera como Dj… La noche y las fiestas. Las fiestas aunque no hubiera nada que celebrar en el Chile de los ochenta.
“Los niños en el parque
son afortunados
van paseando y se dan la mano
sueñan caramelos
a besos y dinero.
Los niños en el parque.
Los niños y las niñas
no son inocentes
fuman cigarrillos y juegan con bombas…”
(Liaison Dangereuses,1981 «Los niños en el Parque»)
Aunque funcionábamos como una tribu no éramos una tribu y menos una familia (una idea muy hippie), no habían jefes o creencias en común mas allá de sobrevivir cuando los hechos nos demostraban que todo estaba mal y la “realidad” era algo intolerable. Éramos un grupo de niños extraños en una sociedad oscura construida sobre el homicidio y la delación. No teníamos amigos mayores. A cualquiera mayor de treinta años los mirábamos con desconfianza, pues no solo escuchaban otra música o veían otros colores y entendían el mundo de otra manera,…, ellos eran los fracasados, las generaciones que llevaron al país a la deriva, los que no supieron salvar la República o la traicionaron. Nosotros éramos los niños del Golpe de Estado, los que escuchamos tirados en el piso de nuestras casas el discurso de Allende bajo las metrallas, los gritos y el bombardeo al Palacio de La Moneda; algunos vieron desde las pocas torres que habían en el Santiago de esa época a los Hawker Hunters sobrevolar la ciudad y las columnas de humo dejadas por sus bombardeos. Ese día, de manera brutal se termino nuestra niñez desapareciendo el color y comenzando el horror. Algunos salieron al exilio con sus familias y otros nos quedamos aquí. Algunos aprendieron otros idiomas, otras costumbres, otras rebeldías y nosotros nos quedamos batallando con nuestro idioma, costumbres y con miedo a la rebeldía.
Sobrevivimos a la muerte monocroma que nos rondaba pesadamente durante la década de los 70 y principios de los 80. Es curioso entre el Golpe y mi egreso del Instituto Nacional pasaron exactamente 10 años y para mi todo comenzó en 1984. Sí, algunos ya habían salido del colegio y otros lo harían un par de años después. Ser joven en esos años era peligroso y aburrido. Chile solo te daba solo dos opciones de “ser y estar”: la primera era “artesa-jipi-charango-lila” un estilo derivado de los usos y modos de la izquierda setentera y la segunda, ser “masa” vistiendo con una apagada paleta de colores que iba del beis al azul marino con cortes formales donde solo había diferencia de talla y no de edad entre quienes usaban esa ropa aburrida, esa uniformidad correspondía del centro a la derecha del espectro político. Nosotros que crecimos en un país sitiado veíamos a diario películas antiguas en b/n en los escasos canales de Tv, pero también vimos las mil y una veces que emitieron en TVN el documental “Libres para elegir: el capitalismo por Milton Friedman”, sí, junto con el resto del país la única ideología que nos dieron fue el neoliberalismo y de ahí como culmine del trauma golpista creamos nuestro propio individualismo, pues. aunque todos bailáramos como Bruna Truffa o hicieran pintura colectiva como dictamina Bogni, compráramos nuestro vestuario vintage en las mismas “ropa USAs”, escucháramos las mismas músicas o compartiéramos los mismos talleres en casas desvencijadas o escuelas de arte igual de desvencijadas, éramos ante nada acerrimos individualistas y por tanto incapaces de formar un grupo generacional por mas cosas que tuviéramos en común… prohibido ser como los otros (B-52s: Planet Claire).
A principios de la década de los ochenta, junto con la llegada masiva de la televisión en color y los programas de videoclip extranjeros que nos abrieron a un mundo musical que desconocíamos, comenzaron a volver los exiliados a quienes les levantaban la prohibición de ingreso al país; algunos de estos retornados eran jóvenes y traían con ellos sus experiencias artísticas y de vida, de ahí nacería espacios como “El Trolley”, cuando Verónica y Carlos Osorio presentaron a Pablo Lavin quien tenia una propuesta con el galpón de jubilados de Trolley-buses de Santiago, a Ramón Griffero que volvía desde Bélgica con Herbert Jonckers y requería un lugar para sus proyectos, una sala que a su vez fuera abierta a la creación de quienes lo necesitaran. En el Trolley se encontraron por primera vez el exilio externo y el exilio interno, los que se fueron y los que nos quedamos; ahí nos encontramos frente a un espejo que no devolvía la misma imagen pero sí una con la que nos identificábamos. La dupla del Trolley organizo fiestas y obras de teatro, como “Memorias de un Galpón Abandonado” la primera de Griffero en ese lugar, donde Chile como el Trolley mismo, eran ese triste galpón abandonado. También se hicieron obras de danza influenciadas por el paso raudo Pina Bausch por Santiago en 1980 (cuando raptó a Ronald Kay) y otras que derivaron a la performance, una muy distinta a la performance de las artes visuales de la generación anterior. He aquí que el “Hipólito” de Vicente Ruiz, puesta realizada en diciembre de 1984 y que fue el punto de inflexión, el momento en que todos coincidimos y nos conocimos. Como todo en esa época era o debía ser clandestino, me enteré el mismo día y por oídas de la performance que se haría en el Trolley. Leticia Kausel amiga mía y compañera de Diseño Teatral en la U. de Chile me contó que bailaría esa tarde en una obra “distinta”. Después de clases fui al galpón de la calle San Martín, donde me encontré con algunos amigos del Club de Teatro de Fernando González y unos pocos de la universidad. De apoco se fue llenando ese galpón del centro de Santiago con gente en su mayoría jóvenes y algunos viejos con aun brillo en los ojos como la dramaturga Isidora Aguirre, mientras unos 20 performers entre bailarines, actores, músicos y videastas ya estaban en escena. La música comienza y se mezcla las canciones de “Cecilia, la Incomparable” de los 60s en registro de audio o en vivo interpretada por Javiera Parra (ex Cereceda), la batería punki de Tan Levine y el bajo de Silvio Paredes, las coreografías de Ruiz con un dejo a Bausch son bailadas con furia por un grupo de mujeres con vestidos sesenteros entre ellas Leticia, María José Levine, Johanna Sage y otro grupo de hombres jovenes; el taconeo infernal de Consuelo Castillo retumba en el enorme bóveda del galpón de madera, mientras Jacqueline Fresard vestida de hombre en el rol de Hipólito canta “Me fascina odiar a las mujeres” siendo acosada por Siegfried Pohlhammer desde una motocicleta en movimiento, ella baila mecánicamente entre los hombres jóvenes que se sacuden violentamente, algunos están vestidos como Pablo Alarcón o Rodrigo Pérez, otros desnudos como Carlos Osorio (el primer cuerpo masculino erotizado de la escena nacional desde los retratos que le hiciera Felipe Landea para su expo de 1982 en la Plaza del Mulato Gil) o travestidos como Francisco Moraga y Esteban Mario, un joven estudiante de teatro a quien meses después propuse a Griffero como protagonista del “Cinema Utoppia”, donde yo de 18 depresivos años, haría el diseño de vestuario. En esta versión postmoderna del mito griego estarían los ejes del trabajo de Ruiz durante esa época: el fascismo, la homosexualidad y la misoginia, tópicos que a través de Rodrigo Pérez se perpetuarían en los 90s en el Teatro La Memoria. Esa tarde estaban todos en el Trolley: Pablo Barrenechea, Enzo Blodell, Coco Delgado, Francisco Fabrega, gente de artes visuales, teatro, danza, literatura, escultura, humanidades, etc, participando en la performance o de público. Y al terminar el espectáculo los performers se han mezclado con los casi cien espectadores, entre bailes, risas, abrazos y todo se convirtió en una fiesta, la primera gran fiesta de los 80s. (Cecilia: Baño de Mar a Medianoche).
Meses antes en el antiguo Teatro Moneda, donde vi obras teatrales con Pury Durante y Américo Vargas (olvidadas glorias del teatro chileno), había llegado no recuerdo como a un concierto de unos chicos llamados “Electrodomésticos”,…, sí era el primer concierto de Silvio Paredes, Carlos Cabezas y Ernesto Medina; una performance con ellos vestidos con overoles oscuros y con cascos de soldar que les cubrían el rostro, proyecciones de Hitler dando un discurso y la voz de Yolanda Sultana hablando sobre el futuro de Chile… así debutaban los Electros ante un publico muy extrañado (algunos) y extraños (la mayoría) entre los que se encontraban los hermanos Conejeros y Berni Birkner, amén de todos los demás que terminaría de conocer en la performance de Ruiz (Electrodomésticos: Viva Chile!)
En el Trolley bastión de la New Wave teatral había imágenes hechas sobre rollos de cartón corrugado pintadas con esmalte brillante y látex que eran usadas para algunos de los montajes del “Teatro Fin de Siglo” y otras que solo habían quedado ahí, eran pinturas colectivas realizadas por Pablo Barrenechea, Bruna Truffa, Berni Birkner, Karto, Sergio Guzmán, Miguel Hiza, Rodrigo Cabezas, Roby DiGirolamo… el primer núcleo New Wave de pintura, donde convergían estudiantes del Instituto de Arte Contemporáneo, un par de la UC y de la Chile. En ellos la influencia del Pop-Art y del Comic de los 60s (una vez mas la década de los sesenta, como si quisiéramos borrar los horrorosos setenta), así como, el imaginario derivado de la publicidad estadounidense, los colores violentos con pinturas fosforescentes o neón eran delimitadas por un grafismo que siempre remitía al dibujo; estos eran pintores figurativos de trazo negro que los alejaban a las antípodas del conceptualismo y neoexpresionismo de las generaciones anteriores, aunque algunos se acercaban a la transvanguardia italiana como Rodrigo Vergara. Se pintaba en cualquier soporte como los vinilos de la exposición colectiva “El Enemigo Publico” en la Galería Sur (Barrenechea, Truffa, Cabezas, Leyton y DiGirolamo 1985) o convertían los dibujos de sus pinturas en estampados de telas para hacer camisas que usaban durante las inauguraciones, como en “La Moda Mata” de la Galería Visuala borrando las barreras de la pintura, la escultura, el diseño y la performance (Truffa, Cabezas, Leyton el mismo 1985). Con ellos siempre recuerdo “White Horse” de Laid Back (link). O aquella inauguración “Take a Pill” de 1986 en Galería Bucci, convertida casi en un happening postmoderno como todas nuestras fiestas, donde la pintura de Kittin Bulnes invoca al glamour-dark-yonqui en un evento memorable registrado por Polo Correa… recuerdo imborrable como ella misma… mi Kittin. (Eurythmics: Here Comes The Rain Again).
En esos artistas, en nosotros, la auto-imagen resulta en producción de forma-contenido- discurso… soy lo que pinto… pinto lo que soy. Los niños jugaban con sus ropas, sus raros peinados nuevos y los colores artificiales, sus vestidos eran retro-futuristas como salidos de los filmes “Liquid Sky” deTsukerman o “Brazil” de Terry Gilliam. Podías ir de los talleres-casas de Domeyko, Sarragosi, Molina al Teatro Cámara Negra, de la Casa de Constitución al Centro Cultural Mapocho, del Venecia al Galindo, de la casa de la Coca y el Lalo Feuerhake a la Galería Espaciocal, de Luz Pereira en Vitacura, donde Pancho Fabrega programa exposiciones y proyecciones clandestinas como “Stop Making Sense”, film de Jonathan Demme sobre un concierto de los Talking Heads (Stop Making Sense). Deambulábamos por la ciudad entre el Goethe Institut y el Chileno-Frances, del “Balthas” de Carlos Monge a la Plaza del Mulato donde te podías encontrar con Carola Agüero, Kittin y la Leo Calderón o ir Cine-Arte Normandi para ver películas como “La Ley de la Calle” de Coppola o “Betty Blue 37°2 le Matin” con la Marcek e Hiza, Cata Valdés y la Adriazola, encontrarte “Las Cleopatras”, es decir, con Thaia y Cecilia Gómez, Paty Rivadeneira, Jacqueline Fresar y Cecilia Aguayo o con los “Pinochet Boys”: los Conejeros, Tan Levin y Dani Puente, surgidos de los experimentos performativos de Vicente Ruiz (“Medea: Melodrama Pop”) o con la “Contingencia Sicodélica” los pintores New Wave de la Chile: Carlos Araya, Mauricio Jofre, Hugo Cárdenas, Rodrigo Hidalgo y a veces con un retraído Coco González-Lohse, habitantes junto con Daniela Serani, Octavia Mardones, Rina Pelizzari, Paulo San Martín, un efervescente Machuca y varios especimenes más del “Verde Bosque” como llamábamos a nuestra Facultad de Artes de la Chile. También yendo al Biógrafo te podías topar con Apolonia, Ingrid Lephardt y Paula Zobeck o en el Castillo Frances o Jaque Mate con Gonzalo Donoso, Jacqueline Roumeau, Guille Vargas o Andrea Lihn. Inolvidables son Claudia Iglesias y Martín antes de sus partidas a Alemania (pero esa es otra historia) también Cayoya Sota entrando al Trolley bailando “Cleopatra” de los Twist (link) y Cacho Vásquez de los “Corazón Rebelde” bello como ninguno; y Yerko con Vero Astudillo, Claudia Villaman o Carlos Arias Vicuña en inauguraciones o estrenos teatrales y las hermanas Anastasov, Tere Varas, Cote Opazo, Leca Recart y Cachi Villalon, los chicos de la casa de Concha y Toro, otra guarida mas tardía. Sí, también Juana Díaz en la icónica foto de Brantmayer con Guzmán, Kittin, el Chango Leyton, Leo Vidal y Cacarlos González para el reportaje sobre la New Wave revista Dinners bajo el titulo “New Wave: mas filo que grosso”. Todos dispersos por Santiago pero siempre convergiendo en los “Games” de Plaza Italia o en el Trolley y en “Blanco”, en la casa de los Barrenechea en Av. Blanco frente al Club Hípico; ahí entre las boites “Galixia” y “La Noche”, una casona antigua con un segundo piso al que accedías por una escalera oscura y estrecha para llegar a un mundo fluorescente con una mesa de pimpón pintada ex profeso para ser iluminada con luz negra en un lobby que comunicaba con los talleres de los artistas por un pasillo vidriado donde habían superhéroes articulados Marvel en cartón tamaño natural, juguetes, pinturas, botellas, vasos con neoprén seco donde bailábamos convulsionándonos como si estuviéramos pegados al piso mientras recibíamos descargas eléctricas (Talking Heads: Once in a Lifetime).
Los frenéticos años 85 y 86, con protestas y asesinatos por doquier… estrenamos el “Cinema Utoppia” poco después del “Caso Degollados” y la sombra de Parada, Guerrero y Nattino acompañarían la historia de exilio y muerte de Ramón. Lo años que bailamos para escapar del horror… si bailábamos solos, sin pañuelos pero con una extravagancia soberbia que quería imponerse sobre la muerte, bailamos para no llorar (Soft Cell: Tears run rings). Esos mismos años en que Bellavista y el Centro se llenaron con los grafitis al stencil que hacían clandestinamente Fabrega, Coco y Leo Vidal, mientras Karto con Vicente Vargas publicaban el primer numero de la revista de comix “Enola Gay” (OMD) oda al nihilismo y al humor negro donde cual “Club de Tobi” participaban Miguel Hiza, Sergio Guzmán, Eduardo Berg, Chedo, Roby, Hugo Cardenas, Vanchy & Miguel Conejeros, Fernando Allende, Alejandro Ulloa, Cristian Gutiérrez y yo mismo (The Smiths: Ask).
Ya cuando el Trolley se estaba desgastando a fuerza de fiestas (a las que ya no íbamos) y la represión directa de la CNI hacia el Teatro Fin de Siglo y Griffero en 1987, la disidencia de la disidencia emigro al Garage Internacional Matucana 19, un espacio abierto por el poeta Jordi Lloret y el artista visual Arturo Miranda. Este era otro galpón enorme pero industrial, cuya inauguración fue un hito de las artes visuales pues todos y cuando digo “todos” incluyo a los de generaciones anteriores expusimos una obra ahí y las fiestas, los meeting abiertamente políticos, los conciertos y performances se sucedieron en Matucana hasta el retorno a la democracia, cuando fuimos abducidos por el reluciente neoliberalismo de una izquierda agiornada y olvidamos quienes éramos. De Matucana 19 queda la memorable fiesta de lanzamiento de la revista Daga, donde los fundadores del MamChiloé tienen una destacada participación, en una historia que se puede contar en un capítulo aparte de esta muestra pictórica.
Volviendo a la New Wave / Colección MAM Chiloé, después de este breve paseo por la memoria, las pinturas de esta exposición son mas documentos de época que imágenes puras en su materialidad deteriorada por el tiempo, son historias por contar, así como todas las de la colección de este museo… son obras contextuales que pueden ser leídas desde la evocación afectiva o desde el análisis histórico y quedan abiertas para ti. Nuestra historia es tu historia.
Eso sí, queda pendiente una muestra que se haga cargo de la New Wave en su totalidad: desde la pintura al teatro, de la performance al comic, de la literatura al cine y la moda, aunque en realidad habría que hacer una gran fiesta y no una exposición para celebrar a la generación que no supo construirse pero si vivir intensamente en los años mas tristes de este a veces incomprensible país.
Para todos ! (ABC: Be Near Me)
Raúl Miranda
Artista Visual y Escénico
2019.10 ♦ 11º Muestra Regional + Colección Permanente « MAM CHILOÉ
octubre 8th, 2019